La vicepresidenta traza su propia ruta: alianzas estratégicas, tensiones internas y una narrativa que busca capitalizar las grietas del peronismo y el rechazo al progresismo.
Que Victoria Villarruel tiene agenda propia dentro del gobierno de La Libertad Avanza no es una primicia. Su emparejamiento político con el jefe del Ejecutivo puede ser un matrimonio por conveniencia, pero tiene coherencia estratégica e ideológica. Milei adhiere al paleolibertarismo de Murray Rothbard, que intentó popularizar el anarcocapitalismo asociándolo con los valores conservadores estadounidenses de tradición, familia y propiedad, un giro favorable a las posiciones de la vicepresidenta.
Villarruel proviene de una tradición nacionalista, hispanista y católica emparentada al estamento militar, cuya unión con tecnócratas liberales en gobiernos autoritarios no es nueva: la comunión de la espada y la regla de cálculo acercó a las dictaduras de Aramburu, Onganía y Videla a economistas amantes de la libertad como Martínez de Hoz, Krieger Vasena y Alsogaray entre 1955 y 1981.

El cemento que une a nacionalistas de derecha y liberales libertarios no son tanto los principios como su voluntad de poder y el rechazo al progresismo. Por esta razón, en la campaña electoral de LLA convivieron declaraciones a primera vista opuestas, como el rechazo al aborto y la aprobación de la venta de bebés, la reivindicación de Malvinas y la admiración por Margaret Tatcher, la aceptación de las reglas democráticas y el negacionismo de los crímenes de la última dictadura militar. Esto parece una contradicción, pero es parte de la eficacia del discurso gubernamental en tiempos del capitalismo de plataformas, que apunta a segmentos de población aislados y diferenciados. Cada uno le habla a su público a través de las redes sociales, y todos se unen a la hora de votar o generar trending topics, inflados por trolls y bots.
El nacionalismo de Villarruel puede parecer cosmético y superficial, pero es más parecido al nacionalismo antiglobalista de Bolsonaro, Trump y Le Pen que el pintoresco ultraliberalismo de Milei. La rivalidad entre ambos se hizo visible cuando la vicepresidenta fue marginada de los Ministerios de Seguridad y Defensa, sobre los que esperaba tener control. También circuló la versión de un “plan B” para suceder al presidente frente al temor apocalíptico de un nuevo 2001 como respuesta al shock económico. Una vez estabilizado el gobierno libertario, Villarruel edificó su fortaleza en el Senado y eligió la popular plataforma de Twitter, hoy llamada X, para manifestar sus diferencias, por el momento más débiles que sus acuerdos.
El nacionalismo de Villarruel puede parecer cosmético y superficial, pero es más parecido al nacionalismo antiglobalista de Bolsonaro, Trump y Le Pen que el pintoresco ultraliberalismo de Milei.
Rucci, in memoriam
En Twitter se hace política con palabras. Por eso los mensajes de la vicepresidenta no son interesantes por la incongruencia entre lo que dice y lo que hace, si no para ver a quienes se dirige y contra quienes, cómo intenta armar una base propia distinguiendo amigos y enemigos.
El 3 de julio de 2024, Villarruel se metió en la pelea de Claudia Rucci, directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado, con el periodista Pedro Rosenblat y la historiadora Julia Rosemberg. En una entrevista para el streaming Gelatina, los últimos coincidieron en el “error político muy grueso” de la guerrilla de Montoneros por haber matado al dirigente de la CGT José Ignacio Rucci en 1973. También señalaron el uso oportunista del magnicidio por la vicepresidenta, opinión impugnada por la hija del sindicalista asesinado.
Villarruel intervino en Twitter para respaldar a su socia política: «Lo que es ser ignorante del tema no? Vivían en un tupper o tal vez miraban “Chiquititas” cuando uno ya estaba militando para que la verdad histórica sea respetada y las víctimas del terrorismo sean reconocidas en sus DDHH».
Aquí el mensaje realiza dos operaciones, una sobre el peronismo y otra sobre el área de derechos humanos vinculada a los setenta. La mención de Rucci como víctima del terrorismo fue incorporada por las organizaciones defensoras de genocidas, que dejaron de reivindicar las FFAA golpistas para ocuparse de las “otras víctimas” de la violencia setentista, y así poder exhibir credenciales democráticas. El activismo de Villarruel se replicó como un espejo invertido de la militancia por los DDHH de las Madres de Plaza de Mayo.
La causa de Rucci es crucial para estos sectores porque no se trata de un represor juzgado por delitos aberrantes, sino de un representante de la clase obrera asesinado por la guerrilla. Les permite empalmar con las conmemoraciones del movimiento sindical y plantar una cuña en el peronismo, para dividir a los sectores conservadores de los más progresistas. No por nada Claudia Rucci concluyó su descargo en Twitter afirmando: “Honestidad intelectual ante todo. Reconozco la tuya Pedro. Y reivindico la mía: como soy peronista, soy de derecha”.
Patria sí, colonia no
El 17 de julio de 2024, Villarruel twitteó «Argentina es un país soberano y libre. Nunca tuvimos colonias ni ciudadanos de segunda. Nunca le impusimos a nadie nuestra forma de vida. Pero tampoco vamos a tolerar que lo hagan con nosotros. Argentina se hizo con el sudor y el coraje de los indios, los europeos, los criollos y los negros como Remedios del Valle, el Sargento Cabral y Bernardo de Monteagudo. Ningún país colonialista nos va a amedrentar por una canción de cancha ni por decir las verdades que no se quieren admitir. Basta de simular indignación, hipócritas. Enzo yo te banco, Messi gracias por todo! ¡Argentinos siempre con la frente alta! ¡Viva la Argentinidad!». El contexto del mensaje fue la indignación en Francia por el cantito “Escuchen, corran la bola” de la Selección Nacional tras ganar la Copa América. Más allá del contenido racista y transfóbico explícito de la letra, la sobreactuación antirracista en redes sociales contra los campeones mundiales tocó una fibra nacional y popular de muchos argentinos. El combinado de Messi se impone como la única fuente de orgullo nacional, compensador de fracasos en el terreno político, económico y social. Por esta razón, criticar a los futbolistas por su falta de compromiso político visible es, como decía el general Perón, piantavotos, una autocondena al aislamiento político. Esto Villarruel lo sabe y por eso el arriesgado twitteo, que provocó un apresurado viaje de Karina Milei a la embajada francesa para pedir disculpas.
El otro ingrediente notable de la intervención es el anticolonialismo, tan transversal como el fútbol pero más politizado, por abrevar en distintas tradiciones de izquierda, derecha y nacional-populares. La exaltación de los combatientes negros de la independencia y la Argentina crisol de razas, conecta a Villarruel con un auditorio que resta importancia al folklore racializado del fútbol, pero se fastidia con el paternalismo europeo y sus estándares progresistas con aroma colonial. Así la vicepresidenta se proyecta como líder antiimperialista frente a un Milei globalista, y hace “black-washing” como la industria de la moda cuando contrata modelos de color para volver más progresista su imagen.
El día de la lealtad
El tweet de Villarruel por el aniversario del Día de la Lealtad, como el de Rucci, hace un esfuerzo por separar el progresismo del peronismo, para acercarlo a su propio proyecto de derecha. El 17 de octubre de 2024 publicó fotos de su reunión en Madrid «Con Isabel Martínez de Perón, primera presidente mujer del mundo y de la Argentina constitucionalmente elegida. Vicepresidente como yo y argentina bien nacida. En un día cómo hoy, en donde se habla de lealtad, quiero reivindicar su figura».
La reivindicación de Isabel Perón toma banderas del progresismo al evocarla como la “primera mujer presidente”, pero también se incluye en la ideología de la memoria completa al recordarla como una figura olvidada que quedó “a merced del terrorismo al que combatió, del gobierno de facto que la encarceló y finalmente de una clase política que la desterró”. Estas palabras de Villarruel al inaugurar un busto de Isabel Perón en el Congreso, se desmarcan del negacionismo abierto y las sospechas de capacidades democráticas diferentes por sus visitas al ex dictador Videla en la cárcel.
En un video también publicado por Twitter, Villarruel muestra su vocación por reescribir la historia, cuando afirma de Isabel Perón que “En medio del caos y la violencia asumió la responsabilidad de conducir el país” ¿Quiere repetir la experiencia en un futuro cercano? ¿No es un arma de doble filo identificarse con la responsable de la crisis económica del Rodrigazo? ¿La señalada por apañar a López Rega y la Triple A, culpable de miles de muertes y exilios? ¿La que entregó el poder a los militares para “aniquilar la subversión”, preparando el terreno para la dictadura corrupta y asesina que quebró la Argentina y perdió la guerra de Malvinas?
Según varias encuestas, la vicepresidenta goza de buena imagen. Villarruel se perfila como una dama de hierro elegante y amiga de los valores tradicionales, firme pero con la palabra justa, quizás imaginada como contrapeso moderador del histrionismo presidencial. Que termine marginada como castigo a sus precoces ambiciones, se convierta en alternativa de recambio del gobierno o de “paleos” de diferentes sectores, o bien se ahogue en el mar de las volatilidades políticas argentinas, será cuestión de tiempo y del movimiento de los de abajo.