Rancheo y fulbito: Salimos Jugando es mucho más que un club, es un espacio liderado por mujeres y diversidades que redefine el fútbol. Con una propuesta centrada en objetivos colectivos, el disfrute y el respeto, este proyecto desafía las barreras del deporte tradicional, tejiendo redes de apoyo que transforman tanto a quienes juegan como a quienes lo hacen posible.

Llegué a Salimos Jugando de manera casi fortuita. O todo lo fortuito que puede haber en esos tejidos de la red en los que de pronto ciertas junturas se hacen visibles. Mi historia con el fútbol es larguísima, y empieza con una foto: di mis primeros pasos yendo detrás de una pelota que me tiró mi abuelo. A los quince largos y perezosos meses, finalmente, caminé. O, como cuenta la memoria familiar: corrí. A partir de allí, jugar al fútbol ha sido para mí la pura felicidad. Y, por ser mujer, un camino lleno de derrotas, rechazos, prejuicios e incomodidades, en los que pude, de manera intermitente, hacer espacio. Momentos fugaces en los que se filtró el fútbol, siempre inadecuado. Esa relación con el fútbol es la de miles de mujeres porque para ninguna el camino del fútbol ha sido llano. Por eso, un club liderado por mujeres que tiene una propuesta para un fútbol de y para mujeres ha sido siempre una necesidad. Pero, ¿alcanza solo con eso, con que haya mujeres y nada más?
Miro las fotos de otras mujeres. En la primera foto, Vanesa juega en el potrero de enfrente, con los pibes que le hacían un lugar; en la casa la bancaban, la abrazaban al volver. En la segunda foto, Nuria, cansada de “no encajar”, jugaba con el papá. No quería que el padre la dejara ganar pero tampoco le gustaba perder. Si bien esas dos nenas encontraron dónde jugar y las dos valoran agradecidas esas contenciones familiares, ninguna de las dos se quedó con la idea de que eso era todo: jugar con varones que las “aceptaran” no podía ser todo lo que hubiera para una mujer que quiere jugar a la pelota. Por eso, después de años de fútbol en espacios de varones, cansadas de lidiar con esa verticalidad feroz e insensata del universo deportivo masculino, decidieron crear un espacio exclusivo para mujeres y disidencias. Un espacio capaz de abrir, de incluir, de aceptar, de soñar y de reparar.
Las redes sociales de Salimos Jugando muestran, semana a semana, fotos de mujeres dentro y fuera de la cancha de fútbol 5. Los epígrafes rezan “rancheo y fulbito”, y hay fútbol, parrilla, cerveza. La imagen es preciosa y hubiera merecido inmortalizarse a la manera de las pinturas renacentistas. ¿Cómo llegaron allí todas esas mujeres? Vanesa y Nuria, las fundadoras del club, dicen que “el fútbol ha sido históricamente dominado por varones cis, relegando a mujeres y disidencias fuera de las canchas. Decidimos priorizar un espacio donde puedan desarrollarse plenamente, sin las barreras ni los prejuicios que muchas veces encuentran en otros ámbitos deportivos. Creemos que nos merecemos nuestro espacio para construir el deporte que queremos”. La imagen renacentista es preciosa y concreta. No importa si dentro o fuera de la cancha: esas mujeres están sonriendo.
La pregunta inevitable es: ¿qué haya solo mujeres es garantía de que un espacio así funcione? ¿Cómo se construye y sostiene un espacio deportivo como este? ¿Cómo es el fútbol de mujeres cuando se lo saca de la permanente comparativa del fútbol de varones? Hay muchos clubes que tienen fútbol femenino, muchos torneos de fútbol femenino, ¿qué
hace diferente de estos espacios la propuesta de Salimos Jugando?

Fuente: www.instagram.com/salimosjugando.ar/
Vanesa y Nuria suelen ser muy concretas en esto, hablan con la claridad y la serenidad de alguien que lleva varias décadas en esto y, sin embargo, están apenas en el comienzo de sus treintas: “El fútbol femenino enfrenta tanto barreras estructurales como culturales que limitan su desarrollo, la falta de inversión económica, la desigualdad en la visibilidad mediática y el acceso limitado a recursos básicos como instalaciones deportivas de calidad, programas de desarrollo formativo y la lista es interminable. Pero, sobre todo, el prejuicio cultural sigue siendo un desafío, ya que muchas personas no ven al fútbol femenino con el mismo nivel de seriedad y profesionalismo”. Las barreras culturales aparecen como un prejuicio pero que tiene injerencia directa en el desarrollo del deporte: “muchas veces se lo considera como una actividad secundaria del fútbol masculino.”
Quienes toman las decisiones en los grandes clubes, federaciones, o incluso grandes torneos lo hacen con muy poca seriedad, lo que sigue fogueando estereotipos de género, minimizando su profesionalismo y el derecho mismo de igualdad y poder jugar al fútbol en las mismas condiciones que los varones”. Por eso, a nivel deportivo buscan “expandir el desarrollo de espacios seguros que fomenten el desarrollo integral de las participantes alejado del resultadismo y exitismo, promoviendo el entendimiento y desarrollo dentro de un entorno de respeto y construcción colectiva”. Mientras tanto, como si no fuera ya tarea suficiente lo anterior, nos cuentan que “a nivel social: trabajamos para empoderar mujeres y
diversidades, generar redes de apoyo y visibilizar que el deporte puede ser un motor de transformación social, donde todas las personas tengan un lugar y en ese sentido queremos abrir el juego de esa poderosa herramienta”.
El club propone una serie de torneos autorregulados, es decir, torneos sin arbitraje que buscan reformular las dinámicas tradicionales del deporte competitivo. “En estos torneos, las jugadoras son protagonistas en la toma de decisiones y en la gestión del juego, de su juego. Es una dinámica que fomenta el acercamiento entre pares mediante la comunicación, la propuesta de crear acuerdos, generando responsabilidad individual y
colectiva que nos convoca dentro de una misma cancha, priorizando el cuidado de los cuerpos, el disfrute y el respeto por sobre un resultado. Esta dinámica acompaña a poder acercarnos para construir nuestra propia realidad de lo que queremos del deporte en general y del fútbol en particular”.
Antes de cada partido, las jugadoras y una profe veedora se paran en ronda, conversan sobre los acuerdos previos a los partidos: se recuerda el cuidado del cuerpo de la otra persona, el propósito de jugar, divertirse y compartir como motores para el juego competitivo. Luego, se hace una entrada en calor con los dos equipos juntos dentro de la cancha. El sorteo para saber quién saca se hace a través de un piedra, papel o tijera. Los partidos suelen ser intensos y con alta calidad futbolística. Si aparece una falta, una mano, las propias jugadoras son las que paran el partido y cobran. Si no pueden ponerse de acuerdo, allí interviene la veedora para colaborar en la definición de la situación.

Fuente: www.instagram.com/salimosjugando.ar/
Cada vez más mujeres se suman a la propuesta porque es un espacio que no tiene prejuicios sobre las habilidades deportivas, su propósito no es ni individualista ni exitista. Aquí los gestos y las palabras aprobatorias típicas del mundo de los varones quedan afuera. Se celebran goles propios y ajenos, las jugadoras van migrando dentro de los diferentes equipos. Se celebran los buenos pases, las jugadas, los pelotazos que pasan cerca de los palos. Se celebra ganar, se acompaña perder. Al final de cada partido, ambos equipos vuelven a la ronda, se lee en voz alta el resultado del partido y se abre el espacio de la palabra para lo sucedido. Allí, se habla sobre el partido, si hubo algo para mencionar, una falta no cobrada, un gol que no debió haber sido, una apreciación general. Se escuchan cosas como “fue un partido buenísimo”, “estamos agotadas, ellas no se cansaban nunca”, “siempre es hermoso jugar con ellas” pero también se pide bajar la intensidad o que la intensidad no se convierta en un riesgo de golpear o lastimar a la otra jugadora o se revisan gestos de descuido. Todas se sientan en las mismas mesas después, no importa el resultado. Parece haber en ese gesto un hecho rebelde que obra como una reparación histórica y una necesidad: el deporte, para las mujeres, debería haber sido siempre así pero, sobre todo, este es un camino posible para que así sea. El fútbol, deporte de equipo, vive en gestos así, pienso, cuando recuerdo todas las veces que escuché “juega bien, para ser mujer”.
Hace dos años, Salimos Jugando incorporó entrenamientos de futsal a sus
propuestas. Jugó en el torneo de Futsal con sus dos equipos.. Durante este año, por cuestiones económicas, la disciplina tuvo que dejarse en pausa. “Como organización sin estructura física, dependemos de negociaciones con las canchas dominadas por varones, generar constantemente eventos y alianzas para sostener nuestras actividades, pero a la vez en esas alianzas encontramos apoyo y comunidad y punto de partida para seguir construyendo”. Frente a una situación que se mostraba adversa, hace un mes retomaron los entrenamientos a partir de un acuerdo con el club 17 de octubre, del barrio de Flores. “Este trabajo conjunto busca potenciar el futsal, ofreciendo entrenamientos formativos para principiantes como para pibas que ya vienen jugando. La idea de esta alianza es potenciarnos entre ambos espacios combinando recursos y experiencia para crear un
entorno para competir en el margen de valores que fomentamos y compartimos con el club 17 de octubre”.

Fuente: www.instagram.com/salimosjugando.ar/
Una vez más, la propuesta de jugar en equipo, de armar comunidad, de tender redes, transforma el fútbol par las mujeres y transforma a las mujeres para el fútbol. El nombre del club, al que cariñosamente le dicen Salimos, a secas, o SJ, expresa la esencia de esta estructura que desde el 2019 no para de crecer y fortalecerse. En retórica futbolera la pelota acá no se revienta para afuera, acá Salimos Jugando.
Cuando pienso en las muchas transformaciones que atravesó el fútbol de mujeres solamente en la última década, pienso en las batallas, las peleas, las discusiones libradas en cada club, en cada potrero, en cada patio de escuela que niñas y mujeres tuvieron que cargarse en la espalda. Pienso también en todas aquellas que quedaron en silencio mirando jugar a otros porque el fútbol no era para nenas. Pienso en las mujeres que aún hoy
escriben a espacio como el de Salimos y, como cuentan en el club, siempre se justifican: “yo nunca jugué”, o “soy de madera pero tengo ganas”, “tengo treinta y nueve años, ¿igual puedo ir?”, excusas y permisos que un varón nunca daría, nunca pediría.
A veces pienso que el verdadero triunfo de estos espacios es que una mujer pueda ir a jugar y “jugar mal” y ser “de madera” y poder jugar igual, y divertirse, y aprender y crecer, después de una vida de tener que dar con una vara imposible para entrar en ese espacio exclusivo de varones. Vuelvo a la secuencia de fotos renacentistas: dar los primeros pasos corriendo detrás de una pelota, las nenas empujándole la frontera al potrero para jugar igual, las mujeres sonriendo en un torneo autorregulado. Las fotos son renacentistas porque cada uno de esos eventos es la juntura visible de un tejido en el que, cada vez, a repetición, como la forma incansable de resistencia de un mundo, el fútbol nace.
Felicito a las iniciadoras y seguidoras de SJ. Al leer el artículo tuve la posibilidad de entrar en un mundo, si bien no desconocido para mí, que me permitió conocer maravillosos aspectos, sobre todo humanos, de esta actividad.
Todo futbolista y futbolero debería leerlo para incorporar(se) reglas deportivas y de convivencia tan ausentes en estos tiempos. Bravo chicas! Adelante y a seguir peleando hasta lograr el justo y merecido lugar que les pertenece!