El reciente fallo contra Cristina Fernández de Kirchner expone una ofensiva judicial que excede lo jurídico y tensiona las bases del sistema democrático. En un contexto de polarización creciente, el uso del poder judicial como herramienta de persecución política redefine las reglas del juego y abre un escenario donde la excepcionalidad amenaza con volverse norma.

La política argentina atraviesa una reconfiguración profunda, marcada por la proscripción de una de las principales referentes del peronismo y por una polarización social en ascenso. No se trata de una crisis coyuntural, sino de un proceso de disciplinamiento institucional con rasgos de excepcionalidad que lleva al límite los márgenes democráticos. El fallo de la Corte Suprema, lejos de ser un hecho aislado, se inscribe en una estrategia de largo alcance con implicancias estructurales.
Sin embargo, el problema excede lo estrictamente judicial. Lo urgente no es solo interpretar el fallo, sino comprenderlo como parte de una lógica de exclusión sostenida. El lawfare no apunta únicamente contra una persona, sino contra la posibilidad misma de disputar modelos de país por vías democráticas. Debilita la confianza institucional, restringe el horizonte del debate público y socava la legitimidad del sistema. Ya no estamos ante una anomalía, sino frente al intento de consolidar un paradigma que normaliza la excepción y erosiona el Estado de derecho.
En este contexto, construir posibles lecturas resulta indispensable para interpretar el presente y anticipar escenarios posibles. Porque lo que está en juego no es solo una elección, sino la forma que adopta la democracia cuando los dispositivos de control reemplazan las reglas de la competencia política. La pregunta por la resistencia, entonces, deja de ser retórica.
Macri, el PRO y el espejo de la proscripción
El fallo contra Cristina marca un punto de inflexión en la estrategia que el macrismo desplegó durante años: debilitar a su principal adversaria mediante el lawfare. Bajo la retórica de la “lucha contra la corrupción”, el PRO promovió un dispositivo judicial-mediático destinado a erosionar su legitimidad. Proyectos como Ficha Limpia, presentados como herramientas de transparencia, funcionaron como mecanismos de exclusión política selectiva. La sentencia, más que un desenlace jurídico, simboliza la coronación provisoria de esa arquitectura de disciplinamiento.
Sin embargo, al consumar su objetivo, el macrismo también perdió el eje estructurante de su narrativa política. Sin Cristina en el centro del tablero electoral, el PRO se quedó sin antagonista, sin relato y sin cohesión. Con Juntos por el Cambio disuelto y el partido fundado por Macri en crisis, sus figuras se dispersaron y su estructura comenzó a diluirse. El operativo que buscaba golpear al kirchnerismo en el plano institucional terminó debilitando al propio macrismo. No obstante, el espectro político del calabrés jugó sus cartas en el plano del poder real y, allí donde no pudo avanzar por vía legislativa, logró imponer su agenda por otros medios.
En ese vacío político, La Libertad Avanza capitalizó el resultado del fallo, reforzando su retórica de “limpieza moral” con la idea de haber “metido presa a la chorra”. Aunque la figura de Cristina les era funcional para sostener su lógica de polarización, no dudaron en apropiarse del capital simbólico del golpe judicial.
Detrás del festejo, sin embargo, se vislumbra la jugada de Macri: ante la imposibilidad de desplazar a CFK por vía electoral o institucional, recurre al poder judicial para desarmar el tablero. Su apuesta parece ser una candidatura en 2027 como alternativa de orden ante el desgaste de Milei. El precio de esa maniobra fue alto: la destrucción del propio PRO, hoy con una base en fuga, sin discurso y sin horizonte.
CFK: del cerco al centro
Lejos de debilitarla, la proscripción revitaliza la centralidad de Cristina. Su figura se revaloriza como núcleo estructurante del peronismo y referente simbólica frente a un poder que intentó eliminarla por múltiples vías: del atentado a la condena. Ella, no solo conserva una base leal y movilizada; también encarna la narrativa más potente frente al poder real. Su densidad política, forjada en décadas de confrontación y gestión, la posiciona con capacidad concreta de rearticulación en un escenario fragmentado.
Desde su rol como presidenta del PJ nacional, logró pararse por encima de las internas y reafirmar su condición de referenta. Lejos de ser parte del pasado, su persecución la proyecta hacia el presente. En un campo nacional-popular disperso, su liderazgo emerge como el único capaz de condensar una voluntad política con densidad popular y proyección estratégica.

En un contexto de ajuste, derechización del debate público y creciente fragmentación, la proscripción de Cristina aparece como catalizador de un nuevo comienzo. Su presencia activa propone lo que el presente parecía negar: horizonte, confrontación y organización.
Del malestar a la acción: el pulso de una sociedad herida
La condena de CFK no impactó solo en lo institucional o partidario: reactivó una sensibilidad social que ya acumulaba tensiones por el ajuste, la violencia estatal y los discursos de odio. En un país atravesado por el empobrecimiento, la condena a una figura con fuerte arraigo popular no se percibe como hecho aislado, sino como parte de una ofensiva más amplia. La crispación crece de forma espiralada, alimentada por las provocaciones del poder y las respuestas populares que se multiplican.
Desde escraches y pintadas hasta repudios en medios como TN u Olga, las reacciones surgen sin conducción centralizada, pero con un mismo pulso: el rechazo a la humillación y la voluntad de no dejar pasar ofensas. Mientras sectores oficialistas ensayan una estrategia de polarización deliberada, figuras como Espert promueven el conflicto con insultos hacia CFK en una charla en la UCA. En este marco, las respuestas populares — dispersas pero significativas — expresan una sensibilidad activa.
Incluso los gestos mínimos adquieren potencia simbólica. Las sonrisas y los bailes de Cristina, su temple sereno en el balcón, se vuelven intolerables para quienes esperaban verla derrotada. No buscan solo la condena: quieren la rendición emocional. Que una mujer resista, conserve su humor y vitalidad, es leído como provocación. Su imagen bailando en medio del cerco judicial no solo incomoda: desarma el guion mediático.

Una campaña entre la resistencia, la oposición y la alternativa
La campaña electoral hacia octubre se desplegará en un contexto distorsionado, marcado por la judicialización de la política, la proscripción y un clima de excepcionalidad. El peronismo se debate entre respetar los marcos institucionales, impulsar renovaciones internas y denunciar con fuerza el lawfare como mecanismo de disciplinamiento a su fuerza. Estas tensiones definirán no solo la dinámica electoral inmediata, sino también el camino hacia 2027. Tal vez el peronismo logre sintetizar sus experiencias de gobierno, de resistencia callejera y de constructor de mayorías.
La anomalía más inquietante sería que La Libertad Avanza, junto con los restos del macrismo institucional, logren consolidar una democracia formal que acepta sin escándalo la exclusión de una figura central del sistema. La proscripción se combina con discursos mediáticos que estigmatizan y disciplinan no solo a dirigentes, sino a sectores sociales enteros. Este sistema de veto redefine los límites de la representación política.
En este marco, parte del electorado que no fue a votar en los últimos comicios podría optar por la desvinculación, el repliegue total o la abstención, no por indiferencia, sino por una sensación creciente de que el margen de decisión está acotado.
Esto pone en tensión la legitimidad del proceso democrático y obliga a repensar la campaña más allá de los formatos tradicionales. Lo que está en juego no es solo una elección, sino la posibilidad de reconstruir un vínculo político que convoque con autenticidad. Hacia 2027, la pregunta no será solo quién gana, sino si aún es posible articular un proyecto que convoque mayorías desde la esperanza y no desde el recuerdo de lo que fue.
Frente al ajuste, la proscripción y el vaciamiento institucional, la resistencia adquiere un espesor renovado. Ya no se presenta como una consigna épica, sino como una práctica cotidiana, dispersa, a veces silenciosa pero profundamente significativa. En un contexto donde se intenta imponer una “nueva normalidad” que excluye, disciplina y desmoviliza, todo gesto que interrumpa esa lógica se vuelve político. Desde una toma de facultad hasta una pintada callejera o un repudio público, lo que está en juego es la posibilidad de no ceder por completo al disciplinamiento. La potencia de estas acciones reside menos en su espectacularidad que en su capacidad para fisurar el consenso forzado.

La normalidad no es neutra: es una construcción política. Y mientras el poder intenta clausurar horizontes, persiste una trama de cuerpos, afectos e imaginarios que elige no adaptarse del todo. Lo que hoy parece disperso podría volverse central si logra articularse. ¿Qué formas asumirá esa resistencia? ¿Qué alianzas podrán surgir? ¿Será una resistencia más que peronista? En algunas de estas líneas se juega la posibilidad de desmontar nuestro lawfare a la criolla.