Ya ha pasado más de un año del gobierno de Javier Milei y parecería ser que el Gobierno disfruta de la violencia que genera, tanto que la encontraron como un modo de gobernar. Un nuevo modelo de violencia institucional que no solo atañe a lo económico en modo de shock sino que trasciende los acuerdos mínimos de convivencia de la modernidad global.

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La elección de Javier Milei como presidente ha traído consigo una polarización política extrema. Provocaciones, insultos y aprietes parecerían ser el modo del Gobierno de Javier Milei o, al menos así plantea la batalla cultural con cierto arco político progresista que adopta otros modos. Toda narrativa del Gobierno contiene este tinte, y, en este sentido, la violencia verbal tiene efectos reales que se manifiestan en los reiterados sucesos de violencia que que son noticias diarias en los noticieros.
Detrás de la fiereza con la que Milei ajusta y achica el Estado, da sus batallas discursivas y produce noticias irritantes para el progresismo nacional (y global). Hay un modelo de relación entre el gobierno y el estado: “Soy el topo que destruye el Estado desde adentro”. Su discurso, cargado de agresividad y desprecio hacia ciertos sectores de la sociedad, ha generado un ambiente hostil que se manifiesta en peleas públicas.
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No es el modelo de violencia institucional de tinte dictatorial/militar que atente contra la democracia, tampoco el modelo clásico de violencia legítima del Estado para vigilar y castigar. La violencia y la irritación son la orientación de toda acción de este gobierno, un desafío a la normalidad política e institucional que implica peligros.
El ataque como defensa
El último tiempo vimos como el ataque, ya no solo a la diversidad y a “la ideología de género”, fue tomando formas más concretas en el inicio de las sesiones legislativas cuando Santiago Caputo, asesor presidencial, increpo al diputado Facundo Manes.
En las escenas se puede ver al asesor del presidente, quien baja de las escaleras y, al ver al diputado radical, lo enfrenta. Ese cruce ocurrió después del discurso de Milei que hablaba sobre Poder Judicial y los nombramientos en los cargos vacantes del Poder Judicial. Manes, desde su banca, le mostro la Constitución al primer mandatario aludiendo a la división de poderes. Caputo reaccionó desde el balcón donde se ubicaron los invitados y funcionarios del gobierno.

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A su vez, el propio Milei durante su discurso cruzó al diputado radical: “Leela Manes, te va a hacer bien, supuestamente vos entendés cómo funciona el cerebro y parece que no aprendiste nada. Leela bien”, le dijo al primer mandatario al legislador.
¿Quién es Santiago Caputo que tiene tanto poder y se maneja con tanta impunidad?
Santiago Caputo tiene 39 años y dio sus primeros pasos en Move Group, una consultora abocada a la comunicación pública, la asesoría política y la gestión de campañas electorales. A lo largo del tiempo esta consultora, se convirtió en una plataforma común de servicios en la que confluyeron varios discípulos de Durán Barba, dispuestos a trabajar para todo el espectro político. Así fue como en 2023 vivieron una situación singular: un sector de la consultora asesoró a Bullrich, por el PRO, y otra le dio una mano a Eduardo “Wado” de Pedro, por el kirchnerismo, mientras que Caputo conversaba con Milei. Hasta que asumió el actual Presidente, el trabajo de Move — con todos los gobiernos y espacios partidarios — se mantuvo siempre en las sombras.

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Caputo, sin estar designado como funcionario público, trabaja todos los días en Casa Rosada como “asesor externo” del Presidente. Parecería, que a partir de diferentes situaciones que atravesó el Gobierno, que pone y saca funcionarios. Tiene influencia directa en casi todas las políticas y discursos, y es una de las personas más escuchadas por Milei. Sin embargo, no entra en controles o auditorías, no tiene que presentar documentación ante la Oficina Anticorrupción ni hacer declaraciones juradas.
Hasta el año pasado nunca había pactado con un solo partido. Sus compañeros de Move tampoco. Estaban acostumbrados a jugar para todos los espacios políticos en todas las campañas. Caputo llegó a Milei a través de Ramiro Marra, al que conocía de la escuela (Manuel Belgrano), en ese encuentro le expuso al economista libertario todo lo que pensaba. Se mostró muy crítico de la presidencia Macri, sin matizar sus objeciones teniendo en cuenta que Luis “Toto” Caputo, primo de su padre, fue una figura clave de aquella gestión. A su vez, le insistió a Milei para que compitiera en 2023, convencido que tenía una oportunidad clarísima para ganar la Presidencia. Estaba seguro que Milei podía canalizar esa bronca y descontento que había en la sociedad frente a la falta de respuestas de la política tradicional.
En la a campaña presidencial, Caputo se abocó de lleno a Milei. A la experiencia en la consultora política, se le sumó herramientas digitales que lo ayudan a vislumbrar tendencias en las conversaciones públicas que se desarrollan en las redes sociales. ¿Resultado? Milei confía en él sin matices, en un rol que desde diciembre de 2023 excede el de un asesor.
¿Qué dijeron desde el Gobierno frente a esta situación de violencia?
Manuel Adorni, vocero presidencial, dijo que es “lamentable que se use a la Justicia para el show” y aludió al denunciante como “el diputado kirchnerista Facundo Manes”. El bloque al que pertenece Manes en la Cámara de Diputados es Democracia para Siempre, un desprendimiento del bloque radical. Por su parte, Milei acusó a Manes de “mentiroso” y aseguró que el diputado no fue agredido en el Congreso. Minimizaron lo ocurrido, inclusive lo negaron.
En este contexto, se hace evidente que su estilo de gobierno trasciende las simples decisiones políticas y administrativas, adentrándose en un terreno en el que la violencia, en sus múltiples formas, parece ser un componente constitutivo.
La violencia como capital político
Peter Sloterdijk, en su libro Ira y tiempo (2006, traducido al español en 2010), introduce el concepto de los “bancos de ira” para describir cómo, a lo largo de la historia, las sociedades han canalizado y administrado la ira colectiva de sus miembros. Como venimos diciendo, Javier Milei ha logrado canalizar un gran caudal de ira social, especialmente de sectores que se sienten traicionados o ignorados por la clase política tradicional.
A su vez, Milei no busca calmar la ira, sino mantenerla latente y utilizarla como energía política. Su discurso es provocador y extremista porque, al igual que un banco tradicional que necesita atraer depósitos, él necesita seguir atrayendo descontento social. Esta ira es la que expresa como mecanismo de defensa de sus políticas o decisiones políticas, sino preguntémosle a Manes.
Desde la perspectiva de Sloterdijk, Milei no solo canaliza la ira colectiva, sino que la almacena, la organiza y la redirige estratégicamente. Este proceso lo convierte en una suerte de “banquero de ira”, capaz de movilizar a sectores marginados o descontentos bajo un discurso puramente antagonista.
Desde su llegada al poder, Milei ha demostrado una forma de expresarse que no solo divide, sino que también deslegitima a aquellos que se encuentran en desacuerdo con él. Más que un líder que busca la unidad o el consenso, Milei se presenta como un provocador que demoniza opositores. Esta estrategia no solo socava la convivencia político institucional, sino que también provoca un miedo palpable entre aquellos que se sienten amenazados por sus políticas, que es aparentemente lo que busca: con el miedo, callar voces.
Los límites de la violencia
Sloterdijk se muestra escéptico frente a estos mecanismos, pues considera que la acumulación de ira puede perpetuar ciclos interminables de resentimiento y violencia, en lugar de verdaderas soluciones a los problemas sociales. Si la ira no se traduce en un cambio concreto, puede terminar dispersándose o volviéndose en contra del propio “banquero de ira”. Las propuestas libertarias radicales de Milei podrían ser insuficientes para satisfacer la necesidad de transformación de sus seguidores.
Mientras Milei utiliza un discurso antisistema que promete destruir el aparato estatal, una alternativa solidaria puede enfocarse en reconstruir lo público a partir del cuidado y la cooperación. Frente al discurso de combatir la “casta política” desde la violencia simbólica, se puede contrarrestar la necesidad de una renovación ética y participativa de las instituciones, espacios políticos y de participación.
Las emociones colectivas no siempre son las negativas, se pueden acumular también esperanzas, proyectos comunes y deseos de justicia que no recurren a la hostilidad. Crear espacios de diálogo genuino y participación colectiva, donde las personas sientan que son parte de algo más grande que sus frustraciones individuales. Crear “bancos de afectos” basados en la solidaridad como herramienta de la política real para que se puedan impulsar políticas públicas que incentiven la organización comunitaria, especialmente en sectores más golpeados por la desigualdad.