Mientras ocurría el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se desarrolló como respuesta una acción política titulada “Contracampo”: ¿Un contra-festival?

En el ambiente suele repetirse una frase que funciona como aforismo: “El Festival de Mardel es un reflejo de la gestión del INCAA”. Si atendemos a esta hipótesis, podríamos ir mucho más allá y decir que el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata es un reflejo de la gestión pública en general. Pero el cine no es una industria como las otras. Sus productos son puestos a consideración de las masas y de públicos extranjeros. Pueden tener notoriedad mundial como cuando una película vernácula gana el Oscar o ser atacados por un gobierno abiertamente enemigo de la cultura por no cortar determinada cantidad de tickets que definirían, de manera arbitraria, no sólo el éxito o fracaso de un film sino directamente su derecho a la existencia.
Por su carácter masivo y abiertamente visible las películas y sus hacedores se volvieron blanco permanente de operaciones primero periodísticas para luego convertirse en el discurso oficial: “El cine se hace a costa del hambre de los niños del Chaco”. De la misma manera que durante el macrismo “Fútbol para todos” nos privaba de la construcción de 400 jardines de infantes. De más está decir que hoy no tenemos “Fútbol para todos” y tampoco aunque sea un jardín de infantes nuevo con esa plata que supuestamente ahorramos. De la misma forma, el INCAA sigue recaudando los impuestos de las entradas de cine y el ENACOM (básicamente la televisión), no subsidia películas y los niños del Chaco siguen con hambre.
¿Qué INCAA queremos?
Hay que aclarar que este golpe fulminante puede ser dado porque, primero, la víctima fue invisibilizada durante décadas de gestiones que, en muchos casos, considerábamos “amigas” del cine nacional. Que un vocero pueda salir a decir tan descaradamente (con datos que contradicen los oficiales) que al cine argentino no lo ve nadie y ese discurso cale tan hondo es porque la realidad es que nuestras películas dejaron de estar en la discusión cotidiana. Y las pocas que pudieron abrirse un lugar en ese espacio están financiadas en gran parte por capitales extranjeros, como Warner, Disney o las plataformas.
De este problema es en gran parte culpable los propios actores de la producción cinematográfica. Cuando se redactó la ley de cine en la década del ’90 que permitió la creación del INCAA, esta atendía a todas las necesidades de producción de un film pero no destinaba ni un centavo a la distribución y exhibición. Y en esta última etapa es donde se pelea el botín económico. Si pensamos a una película como producto, estaríamos produciendo, por ejemplo, latas de tomates de una marca nueva sin hacerle ningún tipo de publicidad y sin colocarla en ningún supermercado esperando que el posible consumidor, sin conocer el producto, vaya a comprarlo directamente a la fábrica. Adorni luego diría que ese puré de tomate enlatado es feo porque no lo compra nadie.
¿Qué Festival queremos?
De diferentes maneras este festival, único de Clase A de Latinoamérica, ha sabido suplir falencias de aquella nueva ley de cine. Allí nuestro cine podía dialogar con grandes producciones extranjeras, se podía acceder a clásicos en formato fílmico, el público podía encontrarse con actores y directores de la cinematografía mundial, se publicaban libros de cine, se discutía el estado de las cosas, se premiaban investigaciones académicas, se acercaba el cine a los márgenes de la ciudad y, lo más importante, se llenaban las salas.
Con los años, distintas decisiones y coyunturas fueron empobreciendo paulatinamente al festival: el tipo de cambio (fundamental para un festival que tiene muchos de sus gastos en dólares), la desidia, errores de gestión, desfinanciamiento, voluntarismo como solución a la falta de presupuesto, apoyos discontinuos y una larga lista de etcéteras. Podríamos decir que, como gran parte de la industria cinematográfica, hace años que el Festival se decidió a sólo intentar sobrevivir de manera más o menos heroica en lugar de preguntarnos y exigir el Festival que queríamos o que creíamos merecer.

Fuente: Mar 39 https://www.mardelplatafilmfest.com/39/es/
¿Contra qué se peleó?
Muchas cosas cambiaron en esta edición del Festival y en otros casos sólo agudizaron un lento declive de lustros. A pesar de las esperanzas trasnochadas del intendente Montenegro y los libertarios de que este fuera el “Festival Netflix”, la empresa de streaming se retiró del festival luego del progresivo acercamiento que había tenido en las últimas ediciones. Parece que las multinacionales confían más en Estados manejados por zurdos empobrecedores que por talibanes de la libertad comercial. Esto mismo ocurrió con muchas otras empresas privadas que dejaron de anunciar sus productos en las “colas” que preceden a cada proyección.
Al no concretarse sus sueños húmedos de inversiones foráneas supliendo el financiamiento estatal Montenegro estuvo menos preocupado por el cine y el desarrollo del evento que por patotear, robar y expulsar gente en situación de calle con las fuerzas policiales. El resto del tiempo lo dedicó a publicitar estas acciones infames por redes sociales, discutir con dirigentes de izquierda y acusar a Juan Grabois de traerle pobres a sueldo como parte de una conspiración para “afear” el espacio marplatense. Del Festival, ni una mención.
Mientras tanto, la cita por excelencia del cine en “La Feliz” se desarrolló visiblemente con menos público (aún carecemos de cifras oficiales), una organización de improvisados que reemplazó a los estudiantes de cine por estudiantes de turismo de facultades privadas (entre ellas una en la que se desempeñó el propio Pirovano, director del INCAA), entradas caras y sin descuentos a jubilados y estudiantes, sin charlas/debates sobre la realidad de nuestro cine y poca prensa invitada.
Todo espectador es un cobarde o un traidor.
La actual edición del Festival nos planteaba una encerrona: ¿Qué hacer? Darle la espalda al festival podía ser una declaración de principios pero que sólo perjudicaba a algo que es de todos nosotros. Apoyarlo, en cambio, daría la falsa impresión de una actitud colaboracionista y cómplice. Este era un juego de gana o gana para el Estado. De ser un fracaso sería una buena excusa para su cancelación futura; de ser un éxito sería resultado de una gestión más eficiente.
La respuesta del sector cinematográfico fue contundente: las organizaciones de profesionales fueron quitando su apoyo una a una y, con esto, los premios que entregaban a las distintas producciones; muchos anunciantes, al prever la merma de espectadores o de cierto tipo de espectadores al que apuntaban sus productos también se retiraron; un grupo de productores, directorxs, críticxs y gente del ambiente organizó una muestra que tomó el nombre de Contracampo.
¿Fue lo que se esperaba?
En primer lugar, desde la organización se aclaró que esto no era un contra-festival quizás porque el término “contra”, más en Mar del Plata, nos recuerda la contra-cumbre de 2005 o quizás por la propia etimología de la palabra. Nadie está “en contra” del Festival, estamos contra quienes ocupan el Estado y, elegidos por ellos, los que lo dirigen; es el conflicto histórico de la problemática simbiosis entre partido y estado.
Mientras lo vivimos y transitamos Contracampo fue una mini-fiesta del cine, un lugar de encuentro pero también, quizás peligrosamente, una burbuja. Lejos de apropiarse del público local, los que llenamos las salas fuimos los de siempre: “la gente del cine”. En una de las charlas sobre la situación actual del sector, el director y docente Nicolás Prividera se corrió de la autocomplacencia para señalar, en su clásico tono polemista, que esos debates debían ser en el mismo cine donde se daban las películas, en horario central y no en una librería por la mañana. Tomando el guante nos permitimos preguntar: ¿Por qué no hacerlo en la plaza San Martín frente al Cine Colón, una de las sedes oficiales? ¿O en la rambla frente al Auditorium? ¿Por qué quedarse en la burbuja y no irrumpir en esa otra realidad de la que nos queremos apropiar?
La muestra en sí misma fue impecable, fruto de un trabajo denodado y ad honorem de sus organizadores. Sin embargo, a nivel político quedaron muchos cabos sin atar donde se evidencian muchas ausencias que hubieran podido darle más fuerza a la acción.
En ese sentido, sólo quedan preguntas que nos podemos hacer: ¿Por qué las organizaciones de profesionales que retiraron su apoyo al Festival no se hicieron presentes de manera oficial en Contracampo? ¿Por qué faltaron a la cita figuras políticas que pudieran brindar notoriedad a la muestra (salvo el caso de Ofelia Fernández, que estuvo casi de incógnito)? ¿Por qué no acudió ninguna figura artística de notoriedad masiva? ¿Por qué no se llevaron a cabo acciones en la ciudad que visibilicen el estado de situación del cine? ¿Por qué estuvimos solos?
Muchos nos preguntábamos si este evento/acción se va a repetir en los próximos años pero otra pregunta cobró más fuerza aún: si el INCAA no financia nuevas producciones ¿Qué películas vamos a mostrar en los próximos años?