Pienso en una cena familiar. Pienso en un tío o primo, por ejemplo, que con soltura dijera alguno, uno solito de los insultos que dijo el presidente en su discurso en Davos. Una solita de esas barbaridades, alimento de las narrativas de la violencia. Pienso en cuántas cenas familiares terminaron mal por algo así, cuántas con un portazo, cuántas a los gritos, cuántas terminaron en silencios incómodos para lograr llegar al postre en paz. Todas las personas hemos estado en alguna cena así. Y si todas las personas tenemos siquiera una anécdota parecida, era cantado que alguno de esos primos homofóbicos podía, eventualmente, llegar a presidente. Después de la cena en Davos, las cosas terminaron, entonces, a los gritos. Y cómo podía no ser así, después de semejante desparpajo irrespetuoso en el uso del lenguaje. Lo que se nombra, existe y, por eso, usar las palabras con una irresponsabilidad tal, no iba a pasar desapercibido.
Desde los griegos para acá, es sabido que a las emociones fuertes se las procesa mejor colectivamente. Así que, después de los agravios retrógrados que avergonzarían a cualquiera en una cena familiar, salimos a la calle a juntarnos, a vernos, a decirnos, a preguntarnos. Nos organizamos en una asamblea (¿otra vez los griegos?) y en un ratito nomás, ya estábamos de acuerdo en algo fundamental: los grandes debates, las grandes acciones que han marcado el rumbo de esta nación, se han librado en la calle, con las personas, entre las personas. La comunidad LGBTIQ+ está acostumbrada y sabe de ataques, de violencias, de opresiones. Sabe aguantar y sabe salir, sabe decir no, sabe decir basta; pero también sabe decir: es por acá, vení, yo voy con vos.

Foto: Pablo Cuarterolo
Cuando un presidente de la nación insulta tan efusivamente a un grupo social, está insultando a toda su sociedad (¿Qué podía esperarse de alguien que usa la palabra libertad para decir violencia?). Las conquistas de derechos, los crecimientos, los pasos fundamentales que hicieron mejor a nuestra comunidad, fueron acuerdos sociales, fueron productos de debates, de voluntades de Estado, de una sociedad en democracia. Cuando el presidente insulta a las mujeres, se burla de la violencia usando la violencia, y abusa del lenguaje para insultar a la comunidad LGBTIQ+, nos está insultando a todes. Incluso a los que reniegan de la E. Por eso, esta marcha fue una marcha llena de diversidades: había docentes, deportistas, comerciantes, profesionales de la salud y la ingeniería, jubilados y jubiladas, adolescentes, infancias. Había de todo porque así de diversa es la sociedad. Había hinchas de todos los clubes, había artistas, había empleados y empleadas públicxs y privadxs. Había de todo, porque estábamos todxs. Probablemente algunas de esas personas fueran heterosexuales, probablemente otras fueran gays, lesbianas; probablemente alguien allí se estuviera preguntando por su identidad de género, probablemente allí algunxs hayan encontrado una respuesta. La diversidad es natural de lxs seres humanxs.

Recuerdo la primera marcha del Ni una menos, en la que nos encontramos tantas personas de diferentes recorridos de militancia, de participación ciudadana. Mujeres que llegaron a la calle porque necesitaron reunirse con otras para no aguantar más en soledad. Esa marcha fue la bienvenida para muchas mujeres a la participación activa en las calles, fue la primera marcha de muchas. Esta marcha me hizo acordar a aquella, fundamental y emblemática para las mujeres argentinas. Una marcha que fue la bienvenida para tantas, tantos, tantxs. Diversidad, siempre. Cuando salís a la calle, la palabra minoría se transforma en otra cosa. Allí nadie era minoría con respecto a nada.
Cuando salís a la calle con Orgullo de ser quien sos, cuando salís a la calle porque querés sentir orgullo de quién sos y todavía no te sale, cuando salís a la calle porque necesitás dejar de aguantar y hacer, ves con tus propios ojos que nadie es minoría con respecto a nada si se es parte de un pueblo, de una comunidad. Nadie puede ser feliz en soledad. Nadie debería aguantar las violencias en soledad. Por eso, en la marcha defendimos la ESI, defendimos el orgullo de ser, defendimos a las mujeres de la violencia patriarcal, defendimos el deseo de igualdad de posibilidades, nos defendimos contra la censura. Defendimos toda esa red de derechos y cuidados que construimos durante años como sociedad.

@perosino / Ni una menos
La agenda de la narrativa de las violencias de este gobierno es transparente. Saben cuándo, a quiénes, cómo. Así construyeron una campaña, consiguieron el respaldo, llegaron. Así, por ahora, sostienen. Sin embargo, la calle. A los sectores más conservadores, el clóset y el miedo al clóset les sirve. Les sirven los discursos homofóbicos y racistas tirados al aire viciado y controlado de las redes. Así alimentan esos espacios pequeños, satélites que después salen envalentonados e insultan, pegan, hieren y matan.
Por eso marchar, por eso que la calle se resignifique en otra cosa, que la calle nos encuentre, es recortarle terreno a que esa desmesura irrespetuosa de lenguaje se convierta en un permiso, en una luz verde y, en el peor de los casos, en un sentido común. La marcha fue tomar aire, salir de lo individual, juntarse, saberse; la calle estaba tibia todavía de la marcha de las universidades. El envión que dio la asamblea fue clave. Gente en la calle tomando decisiones democráticas en conjunto. Qué belleza. Qué ganas de seguir que dan esas banderas de colores, esas familias enteras marchando de la mano. Una mujer y un hombre, paradxs en una de las arterias laterales, estuvieron aplaudiendo la llegada de las organizaciones. Así, paraditxs nomás, aplaudiendo sin parar durante tanto tiempo. Hay tantas formas de estar, hay tantas formas de ser. Qué chiquito el mundo que se propone desde los discursos fascistas, a quién se le ocurre, con tanto para vivir. Cuánta pena debe dar ser ellos.

Foto: Pablo Cuarterolo
Por eso quizá, uno de los momentos altos de la marcha fue Lali en el balcón. Les duele porque es una bestia en las redes y en la calle. Se los come crudos con solo mover un dedo. Por eso Lali en el balcón es mucho más que todo lo que odian (una mujer, un balcón, gente en la calle gritando), es la confirmación de que ellos son pequeños. Son, esencialmente, minoría. Virginia Woolf decía que las mujeres habíamos sido por siglos un espejo que devolvía a los hombres una imagen del doble de su tamaño. Pues Lali es ahora un espejo que les refleja su pequeñez y esa realidad debe resultar intolerable. La marcha pasa delante de ese balcón, cámaras arriba, y sigue.
Marchar en las calles nos recuerda quiénes somos. Nos saca de ese clóset de palabras que etiqueta, acusa, condena, oprime, margina. Nos recuerda que somos, que estamos, que seguimos en camino. Que todavía tenemos tanto por conseguir en materia de derechos para nuestros hijos de familias comaternales, copaternales, monoparentales, hijxs de mamás y papás trans. Que hay una promesa, frente a tanta violencia y palabras de crueldad, que no vamos a incumplir: vamos a defender los derechos conseguidos para conseguir todos esos derechos por venir. Que mis hijxs tengan a sus dos mamás en el dni fue un camino largo para nuestra comunidad, y no vamos a ceder así nomás una conquista semejante. Para poder mirar a lxs hijxs a los ojos nos plantamos frente a la amenaza permanente de opresión. Y a cada discurso violento pronunciado vamos a responder: minoría serás vos. Como una amenaza. Como una expresión de deseo. Como un presagio.
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