Más que un arma, el sable corvo de San Martín es un espejo de la historia argentina: símbolo patrio, objeto de disputas y herramienta política. Desde su legado a Rosas hasta los robos de la resistencia peronista y el debate actual sobre su custodia, este objeto encarna las tensiones entre memoria, poder y soberanía.

El sable corvo que portó el General José de San Martín durante las guerras de independencia americana tiene una historia fascinante que va mucho más allá de su función como arma. Este objeto se transformó en un patrimonio fundamental de la identidad nacional y, al mismo tiempo, en un actor activo que fue y es utilizado para legitimar diversas causas políticas, gobiernos y modelos de Estado a lo largo de la historia argentina.
San Martín adquirió el sable en Londres antes de embarcar hacia el Río de la Plata para iniciar su papel como revolucionario y libertador. Tras culminar la lucha por la independencia y obligado por la coyuntura, se exilió en Europa. Sin embargo, nunca dejó de interesarse por la situación política de las nuevas naciones americanas, en especial de la que luego sería Argentina. A partir de ese momento, el sable comenzó un recorrido cargado de significados que lo convirtieron en mucho más que un simple objeto.
Como todo patrimonio, el sable también es una construcción social. No todo objeto deviene automáticamente en patrimonio: para que un bien sea considerado “patrimonializable”, debe tener la capacidad de representar una identidad, reforzar una determinada realidad social y contribuir activamente a ella. Este proceso suele estar impulsado por valores hegemónicos que responden a los intereses de ciertas clases sociales. Sin embargo, una vez consagrados como patrimonio, estos bienes también pueden habilitar resistencias y tensiones frente a esos valores dominantes. En definitiva, el patrimonio no es un espacio neutral, sino un campo de confrontación simbólica entre diferentes partes de una sociedad.

Foto: Museo Histórico Nacional
En esta línea, pensar al sable desde la cultura material implica reconocer que los objetos no son meras cosas físicas, sino que están atravesados por relaciones sociales y significados cambiantes. El concepto de agencia aplicado a los objetos explica cómo estos pueden movilizar emociones, acciones y darles legitimidad a distintos procesos. Los objetos no actúan por sí solos, funcionan como extensiones de las personas y sus voluntades, siendo vehículos potentes para generar efectos concretos. El sable corvo es un ejemplo paradigmático de un objeto con agencia porque fue protagonista de actos que buscaron modificar y validar el orden social y político. Fue regalado, donado, robado y traslado con el propósito de conferir legitimidad a sus poseedores o a las causas que representaron.
En manos del restaurador
Un hecho emblemático y ampliamente conocido fue la decisión de San Martín de legar su sable a Juan Manuel de Rosas en su testamento, como gesto de reconocimiento a su firme defensa de la soberanía nacional frente a los bloqueos y ataques de las potencias británica y francesa en la década de 1840. Como un verdadero “fuego sagrado”, el sable pasó de manos entre dos líderes políticos que personificaron los ideales de libertad y autodeterminación.
Tras la muerte de Rosas, el sable quedó bajo la custodia de Manuelita y su esposo, Máximo Terrero, hasta que en 1896 Adolfo Carranza — fundador y director del Museo Histórico Nacional durante más de dos décadas — solicitó su donación. De este modo, el arma se incorporó al patrimonio oficial de la joven nación argentina, que desde el discurso oficial había consagrado a San Martín como su máximo héroe. La agencia del sable contribuyó a dotar de legitimidad simbólica al Estado nacional, consolidado al calor del orden conservador, el modelo agroexportador y la victoria definitiva sobre los últimos focos federales y la resistencia indígena.

Foto: San Martín, Rosas, Perón
Durante los gobiernos de Juan Domingo Perón, la figura de San Martín ocupó un lugar central en el imaginario nacional. Las conmemoraciones por el centenario de su fallecimiento adquirieron una dimensión monumental en todo el país y tuvieron un notable impacto a nivel internacional. Fueron ceremonias impregnadas de una fuerte impronta nacionalista, que buscaron reafirmar los valores de soberanía e identidad argentina.
Tras el golpe de Estado que derrocó a Perón en 1955, y en el marco de la proscripción del peronismo, los vencedores de la Revolución Libertadora no solo lo calificaron como “el segundo tirano” — siendo el primero Juan Manuel de Rosas — , sino que también construyeron un relato histórico que enlazaba tres momentos fundacionales: la Revolución de Mayo de 1810, la batalla de Caseros de 1852 que derrota a Rosas y el golpe de septiembre de 1955. Esta operación discursiva fortaleció la asociación entre peronismo y revisionismo, una relación que cobró aún más fuerza a partir de 1956, consolidando la oposición entre los defensores del nacionalismo popular y quienes reivindicaban una tradición liberal y antipopulista.
El sable de la resistencia
Fue por aquellos años que se produjo uno de los episodios más insólitos y reveladores del poder simbólico del sable, en pleno auge de la resistencia peronista. En 1963 y nuevamente en 1965, grupos de la juventud peronista robaron el sable del Museo Histórico Nacional. Lejos de tratarse de un acto de vandalismo, la acción buscaba reavivar el espíritu de lucha y reafirmar los ideales peronistas.
Osvaldo Agosto, quien se atribuyó junto a otros compañeros uno de los robos, reconstruyó en reiteradas entrevistas el momento en que, tras engañar y encañonar al ordenanza que aún permanecía en el museo ya cerrado, accedieron a la sala dedicada a San Martín y se llevaron el sable rompiendo la vitrina y envolviendo el arma en un poncho. Sobre la vitrina rota dejaron una nota en la que, con palabras cuidadosamente elegidas y destacando la crisis moral y espiritual del momento, dejaban en claro que no se trataba de un robo, sino de un gesto político cargado de sentido. El sable volvía a ser, una vez más, un arma simbólica en manos de quienes se consideraban herederos de una lucha por la soberanía popular:
“El sable glorioso que remontó los Andes para llevar su mensaje de libertad y fraternidad… quedará custodiado por la juventud argentina… será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres.”
Durante el tiempo en que el sable permaneció oculto en una estancia camino a Mar del Plata, militantes peronistas fueron llevados a jurar lealtad frente a él, reforzando así su compromiso con la causa y estableciendo un vínculo espiritual y político con la historia nacional. El propio Agosto contó que Perón desde el exilio estaba al tanto del robo y que esperaba que el sable fuese llevado a España. Pero los militantes entendieron que eran muchos los escollos que debían atravesar y que en definitiva sería imposible.

Foto: Diario Crónica 1963
Para cuando se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento del general San Martín, se emitió un nuevo comunicado que repetía los puntos señalados en el primer comunicado pero además se incluían reclamos como el fin del Plan Conintes, la cristiana sepultura para el cuerpo de Eva Perón y el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina.
Luego de estos sucesos y tras la detención y tortura de algunos de los involucrados, la resistencia entregó el sable al Regimiento de Granaderos siendo luego devuelto al Museo Histórico Nacional. Para 1965 la resistencia operó de una manera similar y luego de desarticularse el operativo, el sable quedó bajo la custodia del Regimiento de Granaderos a Caballo hasta 2015, cuando durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se decretó su restitución oficial al Museo Histórico Nacional. Este acto, cargado nuevamente de significados políticos, se enmarcó en un discurso nacional y popular que reivindicó la soberanía, la historia y la identidad argentina.
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En el contexto del actual gobierno de Javier Milei y su proyecto de reforma y achicamiento del Estado, el sable de San Martín vuelve a ocupar un lugar central en el debate público. El Ministerio de Defensa ha confirmado que se iniciaron gestiones para restituirlo al Regimiento de Granaderos del Ejército Argentino. Aunque el Museo Histórico Nacional posee la documentación que respalda su custodia, un decreto presidencial podría revertir esa decisión. Este escenario se ha visto acompañado por la remoción de Gabriel Di Meglio como director del museo, historiador y divulgador que ha advertido sobre el riesgo que corre el patrimonio nacional.

Foto: Hernán Zenteno
Con estas acciones, el gobierno no solo reabre una disputa sobre la soberanía de los símbolos históricos, sino que también busca reorientar su significado: devolver el sable al regimiento aparece como un gesto que procura justificar una lectura militarizada del pasado argentino y quitarle el carácter popular.
Su valor patrimonial refleja tanto los discursos hegemónicos que lo consagraron como símbolo nacional, como las tensiones sociales y políticas que atraviesan a la Argentina. Así, el sable se ha convertido en testigo y protagonista de la historia nacional: un objeto que ha unido y dividido, legitimado y desafiado invitando a reflexionar sobre la construcción de la identidad y la memoria colectiva.

Es un artículo completisimo y veraz, felicitaciones a Analia Siciliano.
Recién terminó de leer. Muy interesante, muchas cosas que no sabía. Te felicito, saludos