La llegada de El Eternauta al streaming masivo provocó algo más que nostalgia: encendió la disputa por su significado histórico y político. Mientras se multiplican las reacciones en redes y medios, la figura del héroe colectivo vuelve al centro de la escena, como un espejo incómodo frente al auge del individualismo y la mercantilización cultural.

Y un día, El Eternauta se volvió mainstream. La adaptación cinematográfica de la historieta, publicada originalmente por Hora Cero entre 1957 y 1959, se convirtió en un fenómeno global, ubicándose primera entre las series más populares de Netflix. Aunque el comic se vendía en librerías y había sido traducido a varios idiomas, no dejaba de ser una obra de culto, parte de una subcultura marginal.
La apropiación kirchnerista del “Nestornauta” -aquel Juan Salvo Kirchner caminando bajo la nevada mortal- convenció a muchos de su ADN partidario, como Mauricio Macri, que prohibió la difusión del texto en las escuelas porteñas en 2012. A esta percepción agrietada ayuda que Héctor Oesterheld fue detenido-desaparecido por la última dictadura militar, junto a sus hijas y dos nietos secuestrados con paradero desconocido.

Programa Neura del 1 de abril del 2025
El impacto por la visibilidad apabullante de la obra de un militante peronista de izquierda, movilizó a los medios afines al gobierno: Alejandro Fantino, con sólo ver el trailer, vaticinó confiado: “El Eternauta es woke”. Luis Majul advirtió a los realizadores: “Traten de ponerle límites a la brutal utilización que están haciendo de la serie”. A contramano de estas ideas y aprietes, las consultas a Abuelas de Plaza de Mayo por búsquedas de identidad se sextuplicaron en los últimos días. En esta nota llena de spoilers no vamos a discutir la edad de Ricardo Darín para el protagónico, o la distancia entre el original y la adaptación, sino reflexionar sobre las reacciones en torno a la flamante serie de Netflix.
Apocalípticos e integrados
En un conocido ensayo, Umberto Eco detectó dos posturas frente a la cultura de masas. Para los apocalípticos, aquella es un síntoma de decadencia y una amenaza a la alta cultura, para los integrados una forma de democratizar expresiones artísticas e intelectuales antes exclusivas. En Twitter, un usuario molesto por la transposición de la historieta al cine afirmó: “Lloré pero de lo mala que es. Una injusticia a la memoria de Oesterheld”. La respuesta no se hizo esperar: “Que raro argentinos criticando argentinos. La serie fue bien recibida por la crítica internacional. Cerra el culo”. Sin ser las únicas, estas reacciones expresan tendencias: la primera, que rechaza la cultura de masas en nombre del Oesterheld militante o de la historieta de culto, olvida que por lo menos desde el siglo XX, toda producción cultural capaz de reproducirse técnicamente es comercial, puesto que el capitalismo no ha dejado actividad humana sin parasitar y mercantilizar.
La reacción “apocalíptica”, comprensible por la banalización y despolitización inherente a una cultura de masas dominada por el mercado, es en última instancia conservadora. Permanece apoltronada en la comodidad de la subcultura, y se parece a la actitud de los seguidores de Marvel, DC Comics o Disney, cuando se enojan porque la nueva versión de Thor o La Sirenita no es un fan service que traduce literalmente los contenidos de otros géneros.

Viñeta del cómic “El Eternauta”, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. PLANETA
En la serie no hay traición o profanación porque no hay ninguna esencia que proteger. El mismo Oesterheld modificó sus guiones en paralelo a su radicalización política: el original de 1957, como sugirió Julián Otal Landi en una nota para la agencia Paco Urondo, es un Eternauta desarrollista, con una alianza de clases que integra al pequeño empresario industrial (Juan Salvo), el profesor universitario (Favalli), obreros en ascenso (Franco, Sosa) y las FFAA, actor central de aquellos años. El Eternauta de 1969, publicado por la revista Gente, era más tercermundista: en la trama remozada las grandes potencias negocian con los invasores extraterrestres la entrega de América del Sur como prenda de paz. Ni que hablar de la segunda parte publicada en 1976, con un Eternauta montonero que asume el rol de líder inflexible y solitario, a mitad de camino entre el superhéroe y la vanguardia armada.
La patria netflixera
¿Cómo explicar el éxito mundial de la adaptación? La historieta de 1957 comienza como cualquier producción del género postapocalíptico actual: seres humanos que compiten por supervivencia y recursos tras el colapso de la sociedad, hasta que se organizan para resistir a un otro radicalmente extraño y hostil (zombies, alienígenas, hombres barbarizados). En la serie de Bruno Stagnaro, los guiños a las convenciones hegemónicas del cine norteamericano son sutiles, y a veces torpes. Las referencias a Stranger Things y Star Wars empalman con el lenguaje del doblaje latino, que mezcla expresiones tan poco argentinas como “No tenemos un vehículo”, o “¡Si, los perdimos!” con la genialidad coloquial del “-¿Cómo te llamás? -¡La concha de tu madre me llamo!” de Juan Salvo y el joven Pablo.
La adaptación de la serie al lenguaje, las locaciones, el pasado y el presente de la sociedad argentina, permite que nos reconozcamos en esos resistentes que hablan como los protagonistas de Pizza, birra y faso, que tienen en la mochila apocalipsis concretos como la crisis de diciembre de 2001, o traumas como la guerra de Malvinas. Hay un ingrediente nacional y popular muy logrado por los realizadores, en una producción que llega de la mano de una empresa de entretenimiento imperial, especialista en saborizar localmente mercancías cinematográficas globales.

Ricardo Darín protagoniza al mítico Juan Salvo. Foto: Netflix
La celebración “integrada” de El Eternauta es orgullosamente nacionalista, y con razón: como señala Fabián Restivo en Página 12, la serie reafirma el protagonismo argentino en materia cultural a escala global, y sirve para contar parte de nuestra historia reciente. En un país desesperado por su inclusión en el mapamundi -de ser posible con la superioridad cultural y moral que daría un Borges, un Maradona, un Papa Francisco o un Messi- el éxito de El Eternauta es casi una cuarta estrella en el mundial de fútbol. Netflix toma ese patriotismo, lo fomenta, chupa como un vampiro la creatividad argentina y la convierte en mercancía apta para el consumo en cualquier parte del mundo. No es una paradoja ni una condena desde el espacio exterior, es tener presente que este protectorado cultural es una de las formas del neocolonialismo actual.
El capitalismo de plataformas marca agenda y nos da todo lo que queremos: ayer discutimos la británica Adolescence, hoy El Eternauta, mañana lo que nos pongan en la mesa del consumo cultural.
Ni consumidores ni elitistas, activistas
El Eternauta nunca fue algo telúrico. El cómic original se agregó a viñetas con nombres tan folklóricos como Sargento Kirk, Mort Cinder o Nippur de Lagash. Por eso su gran contribución fue apropiarse de un género extranjero y nacionalizarlo, de manera similar a la argentinización del rock en inglés en la misma época. Es por eso que Oesterheld definió en 1957 el impulso de escribir las aventuras de Juan Salvo, como “un deseo de ver personajes de aquí viviendo aventuras fuertes, serias o alegres. ¿Acaso el vigor, la alegría aventurera, son sólo patrimonio sajón?

El Sargento Kirk, de Oesteheld, dibujado por Trigo
A diferencia de Marvel y DC, en el primer Eternauta no hay superhéroes individuales, o posthumanos mejorados por tecnologías imperiales. Hay gente común que reacciona frente a circunstancias extraordinarias: son los héroes que supimos conseguir, atados con alambre, armados con tecnología casera, con lo viejo que funciona. Oesterheld lo expresó en el prólogo: “El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo”. Esta idea, que podía ser un lugar común en los años cincuenta, se vuelve una consigna política en estos tiempos mileístas de desangelado capitalismo militante.
En la primera temporada de The last of us, Joel elige sanar el trauma personal de la pérdida de su hija para proteger a Ellie, dilapidando la posibilidad de curar a la humanidad de una epidemia zombie. El Eternauta, por el contrario, va de lo individual a lo colectivo, del todos contra todos a la lucha contra los invasores extraterrestres. No es que sea más cipayo ver HBO Max, o más patriota pagar la suscripción a Netflix. Superar la pasividad de los apocalípticos elitistas o los integrados consumistas invita a un activismo capaz de discutir los valores fundamentales de la serie y la historieta en el aula, el centro cultural, la unidad básica, el local partidario o sindical, la calle y las redes. Hablar de Malvinas, de los invasores que quieren convertirnos en “hombres-robot”, de la resistencia. Mostrar con el héroe colectivo que el relato libertario del mercado autorregulado tiene límites, y que la alternativa es construir comunidad.
Sacarse el traje aislante
En la serie y el cómic, el traje aislante sirve para protegerse de la nevada mortal, pero impide moverse y escuchar con claridad. Hay un momento en que la resistencia se despoja de él con alivio para combatir mejor. Si lo pensamos como metáfora, sacarse el traje aislante equivale a romper la burbuja y abandonar la comodidad de la subcultura, la del cómic o la partidaria. El Eternauta es un arma de divulgación masiva, un producto del sistema pero también la oportunidad de aprovechar ese prime time: una ocasión para recordar, en medio de la expansión de las “ideas de la libertad”, que nuestra cultura es mejor que la de ellos, que la trinchera del arte, la ciencia, el cine, la universidad, el periodismo, está siendo bombardeada pero aguanta y hay que moverse, pues urge contragolpear. ¿El Eternauta es kuka, zurdo, obra de un terrorista, como lamentan los trolls libertarios? Tanto mejor. Si la serie es un éxito global, es porque hay un hilo invisible entre la cultura popular y aquel remoto Oesterheld con su aporte a la cultura nacional que todavía da dividendos, con su apuesta por la revolución en el ocaso de su vida.
El Eternauta es un artefacto cultural a intervenir, no para aplaudir conformistas, o condenar desde la comodidad del sillón. En cualquier comunidad imaginada, siempre va a ser preferible el resonar de un “Nadie se salva solo” que un “VLLC”.